martes, 5 de diciembre de 2006

De cómo una hormiga negra llego a ser reina de las hormigas coloradas ®



El colectivo 32 en que yo viajaba ese martes dobló casi en dos ruedas provocando que todos los pasajeros al grito de “oleeeeee” nos inclináramos hacia la izquierda del transporte automotor.
Un perro blanco, con una mancha marrón en el lomo que cruzaba la calle en ese mismo momento apuro un poco el paso al ver la maniobra del colectivero, pero se asustó mas al escuchar el soplido de los frenos (que son a aire) y ahí sí, pegó un salto hacia el parque, porque justo ahí hay un parque. Un hombre joven que venía trotando en pantalón corto gris, remera azul suelta y un buzo azul colgado de los hombros, miró al perro como quien dice “que lindo perrito”, eso hasta que el perro dio el salto haciendo que el trotador joven distrajera su marcha tropezando con una hendidura de la vereda rota por donde crece el pasto que, mojado por el rocío de la tarde puede resultar, y a las pruebas me remito con este caso, un verdadero fastidio.
La hormiga negra en cuestión (que de eso al final venimos a hablar) rompió la monótona fila en la que iban llevando hojas, atraída por la hoja de una planta que vibraba por la cercanía del colectivo.
El joven hombre resbaló y cayó sobre su rodilla derecha, permitiéndome ver desde el colectivo y en directo el momento en que la gota de sangre cayó, roja, espesa, caliente sobre la hormiga que solo atinó a sacudirse esparciéndola por todo su cuerpo.



Junio 2004

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