domingo, 12 de noviembre de 2006
Intrografía ®
A pesar de sus treinta y dos años, sostenía haber vivido lo suficiente como para seguir poniéndose a prueba cotidianamente. Decidió vivir con lo que tenía; que si bien no era mucho, por lo general le alcanzaba. Y cuando no, sabía como conseguirlo.
Desde siempre fue un aficionado a la fotografía. Tenía cientos de ellas, todas clasificadas y guardadas, -Como debe ser-, decía.
Tenía una de cuando los militares sacaron a palos a la gente de la Plaza de Mayo, aquel 30 de marzo de 1982.La había titulado: “El mundo hierve y vos lo mirás por la ventana”.
Sí, era un aficionado a la fotografía, pero esa afición de pronto se transformó en una obsesión. Decía que cuando algo te gusta demasiado no es para nada malo transformarlo en una obsesión ya que obsesionarse es señal de que estás vivo, con la sangre caliente, y listo para vivir lo que te gusta y elegiste al máximo. Lo complicado es cuando la obsesión se transforma en enfermedad y esto es lo que le paso a Lucas.
Vivía solo, luego de dejar la casa materna y de cortar una relación de tres años con su última obsesión, -hasta que venga otra-, solía decir.
Se dedicaba horas enteras a observar sus fotos. Sobre todo las de cuando era niño y estaba en la playa, -El mar es lo máximo-, decía.
Tanto se concentraba, que vivía nuevamente la escena como si estuviera sucediendo en ese preciso momento. Llegaba a encontrarse en el borde de la cama convencido que estaba practicando surf como en la foto, peor aún; terminaba mojado y con manchas de sal en las piernas.
Hechos como este fueron repitiéndose. Estar colgado del ventilador de techo, era ya habitual, con las fotos de cuando fue al sur de alpinista. Descubrió el hecho y aunque llamó su atención, le restó importancia porque se divertía mucho. -Quién no quiere volver a ser un chico o nadar en Pinamar en pleno invierno-, se justificaba.
Cierto día, tirado en la cama, observó que por debajo de la puerta del placard salía agua, -Será la humedad, dijo sonriendo.
Se levantó y abrió la puerta. En ese lado del placard guardaba las cajas de fotos. Increíblemente, el agua salía de ellas. Observó las etiquetas: “Montañas”, “Escuela”, “Fiestas”. Pero el agua salía de la caja que decía: “Playa”.
Continuó sonriendo, -Claro, a esta hora sube la marea. Esta caja estaba abajo de todas las otras. Al sacar las de arriba, el agua salía más y más.
Al llegar a la caja “Playa”, salió una inmensa ola que lo baño por completo. Recibió el remojón como lo más natural del mundo.
Las fotos flotaban por toda la habitación; Lucas estaba en el mar y el agua le llegaba a las rodillas. Entonces empezó a nadar y mientras pescaba una a una las fotografías a lo lejos sonó un teléfono.
En la playa había una caseta telefónica, tenía que salir del agua e ir hacia la playa. Abrió la puerta, llegó al comedor y atendió. -Hola Lucas, soy Marcela ¿estas bien?
-Ah, hola Marce si, estoy bien, ¿qué pasa?
-¿Cómo que pasa? Son las tres de la tarde y como no viniste a la oficina ni llamaste, queríamos saber si te había pasado algo.
-No, lo que pasó es que me sentí mal, pero ahora voy para allá.
-No, si te sentís mal no vengas y menos a esta hora.
-Tenés razón, nos vemos mañana.
Volvió a la habitación. Se sentó en la cama y meditó un momento sobre lo ocurrido. Seguramente todo fue producto de su imaginación o de su locura, pensaba Lucas, ya que no había agua que le llegase a las rodillas. Pero todo estaba mojado y con manchas de sal, y las fotos tiradas por todas partes.
Se dio un baño, tomó un café y ordenó todo en su lugar,
Salió a caminar, entró en un bar y pidió una cerveza. Bebía y recordaba lo sucedido, -El mar es lo máximo-, se dijo. Acabó la botella y enseguida otra y otra más. Se paró para irse y al sacar la billetera del bolsillo vio que no llevaba dinero encima, solo una foto de cuando era chico y estaba en la playa. Quedó atrapado por la imagen, la observaba, la observaba. -El mar es lo máximo-, se dijo nuevamente.
Cuando el mozo llegó a la mesa, solo encontró una foto.
Lucas corría desnudo hacia el agua.®
(1990 o por ahí)
Secreto ®
Entrar en el cuerpo es una forma de dominación fascinante.
Posesión sensible, por los sentidos, y es una de las formas de llegar al alma.
Buscar el secreto entrando, poseyendo, dominando. Rastrear la sensación que se produce, que se genera en el otro y a la vez encontrar mi propia sensación.
Traté de encontrar tu secreto, creí que estaba bien adentro guardado.
Como una sonda entré y examiné una a una tus sensaciones. Y, como en un panel electrónico fui encendiendo de una en una las celdas de tu sentir.
Al principio se encendieron muchas que por momentos parpadeaban, algunas aumentaban su brillo como si fueran a incendiarse.
Tuve la certeza que si lograba encender todas tus celdas, ganaría El Premio como en un juego de kermés.
Bastó que solo dos de todas las encendidas parpadearan para sentirme fracasado en la búsqueda y fracasado en el acierto.
Repetimos una y otra vez las secuencias y siempre todas, menos las dos que parpadeaban, permanecían encendidas como la primera vez.
A tu decir nunca habías vivido sensación similar, decías haber llegado a lo máximo y esto creo, se traducía en tu mirada como de veneración mientras yo te buscaba.
-¿Dónde estás? -Acá ¿qué pasa? -No sé, no te encuentro.
Mi panel estaba encendido opuestamente al tuyo, resistí esperando ansioso que seas vos quien descubriera mi secreto.
-Busco a alguien que encuentre, no que busque, dijiste.
Vos, entonces, te apagaste por completo y reaccioné. Mis dos celdas encendidas, eran las tuyas parpadeantes, las tomaste y te las llevaste para siempre.
Abril 1999 ®
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